Género: Narrativa

Sinopsis:
Una chica sale a dar un paseo. Cuando regresa, todo el mundo ha desaparecido. Sólo le quedan un cuaderno, su cámara de fotos y su gata.
Publicado meses antes de la pandemia, El último edén es casi profético, como si en su tono íntimo y melancólico subyaciera el aliento de lo que está por venir.
Antonella Gatica construye en este libro un pequeño universo donde la única sobreviviente busca inventar un destino, algo que la saque de esa zona de escombros donde ha quedado confinada. Todas las estrategias parecen ser inútiles, cuando se está atrapado en un mundo en agonía, solo queda avanzar sobre los propios pasos, tratar de dilucidar en los pequeños detalles la cercanía del horror.
El último edén es una distopía alucinante. Una pesadilla solitaria en un lugar terminal. Apuntes de un mundo roto. No hay lugar para la esperanza en esta tierra arrasada donde lo único que quedan son reflejos, destellos que reproducen sin reservas el vacío. Un vacío que paradójicamente va llenando los días de aburrimiento y desesperación. Días que parecen un plagio del anterior.
Este libro está hecho de pequeñas esquirlas, fragmentos de una implosión solitaria, fotografías, reflejos diminutos de algo más grande que está a punto de suceder. Si el cine nos acostumbró a los finales del mundo masivos, a los apocalipsis multitudinarios, Antonella ensaya un fin del mundo privado, desde la óptica de una chica común a la que no le interesa demasiado saber cuándo va a terminar todo. Al despojarse de toda épica y hacer foco en lo corriente hipnotiza, atrapa con esos espacios en blanco que solo el lector puede llenar. Más preguntas que respuestas. Interrogantes luminosos que nos hablan de un mundo en plena disolución. ¿Cómo es que textos escritos con una perspectiva tan sombría pueden producir la luminosidad más extrema?


Fragmento:

"Hoy me desperté de un salto como aquellas veces que me quedaba dormida. Estaba todo oscuro, solo entraba un rayo de luz por una de las maderas que tapaban la ventana, las puse porque tengo miedo de que pase algo.
Corrí a la gata que tenía encima. La había encontrado la noche anterior y me la traje a la guarida. Esto ya no es “home sweet home”. Nos estiramos las dos, busqué ropa ligera, tomé algo rápido y me preparé para salir a buscar provisiones.
Me quedé contemplando el afuera, había algunas casas que parecían estar completas, las paredes agrietadas ya comenzaban a juntar residuos, muchas bolsas, hojas, envoltorios. Me agarraban golpes de esperanza o de fastidio".